Durante el milenio en que existió prostitución sagrada, las culturas estaban construidas en un sistema matriarcal. El matriarcado no significa, simplemente que las mujeres reemplazaban a los hombres en posiciones de autoridad; sino que también los valores adquirían un enfoque diferente.
El matriarcado se relacionaba con la autoridad cultural como opuesto al poder político, enfatizado a su vez por el patriarcado.
En los antiguos matriarcados la naturaleza y la fertilidad constituían el corazón de la existencia. La gente vivía muy cerca de la naturaleza, por consiguiente sus Dioses y sus Diosas eran divinidades naturales. Ellas guiaban el destino al proveerles o negarles la abundancia de la Tierra.
La pasión erótica era inherente a la naturaleza humana. El deseo y la respuesta sexual se experimentaban como un poder regenerador y se reconocían como un regalo o una bendición de la divinidad. La naturaleza sexual del hombre y de la mujer eran inseparables de su actitud religiosa. En sus plegarias de agradecimiento o en sus súplicas ofrecían el acto sexual a la Diosa del amor y de la pasión. Se trataba de una acción honorable, pía, que complacía tanto a los Dioses como a los mortales.
La práctica de la prostitución sagrada envuelta en el interior de este sistema religioso matriarcal hacía que no existiera separación entre la sexualidad y la espiritualidad.
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