A pesar de las túnicas, las reglas absurdas y la opresión que viven las mujeres en su aldea, la protagonista de la película, Leila, decide un día enarbolar la bandera de la dignidad y logra que sus vecinas la apoyen en la insospechada "huelga del amor".
Todas prometen cerrar las piernas al acoso de sus maridos, hasta que ellos no las liberen de su posición de esclavas, en particular por tener que traer agua desde el río en pesados baldes y a riesgo de accidentes, mientras los hombres juegan y beben con desparpajo y prepotencia, con el supuesto aval del Corán.
El grito de las mujeres de Kirca, en Turquía, llegó hasta el Parlamento Republicano del Pueblo (CHP), implicó álgidas discusiones políticas a nivel nacional, y si bien no cambió mucho la actitud de los hombres, al menos les solucionó de momento el problema del agua potable. Y tal vez su mayor logro, se convirtió en un filme de trascendencia internacional, gracias al empeño del cineasta Radu Mihaileanu.
La fuente de las mujeres es una película profunda, sensitiva, divertida y hermosa. Al recoger este episodio pequeño de una cultura lejana, le ofrece a Occidente una visión estremecedora del valor de la dignidad femenina. Leilas hay muchas en pueblos perdidos del mundo, luchando por hallar una posición de mayor honor para su acosado género.
Reivindica además, el papel de algunos hombres que en lugar de corear la discriminación, se convierten al bando femenino, para acompañar la lucha de las mujeres. Es el caso del encantador personaje de Sami (Saleh Bakri), esposo y ferviente seguidor de Leila y su revolucionaria huelga... ¡definitivamente un hombre de película!
Vale anotar, que a pesar del dramatismo de su esencia narrativa, la cinta se soporta en espléndidos cuadros de danza árabe, que llenan de alegría y color la vívida denuncia, el manifiesto feminista, rabioso pero relajado, como si todo en la vida, hasta esta rabiosa y desigual lucha social... fuera una fiesta.
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