...Tenía tres años cuando hice el descubrimiento psicológico
más importante de mi vida. A esa edad descubrí que, obedeciendo a sus leyes
internas, un ser vivo pasa por ciclos de crecimiento, muere y vuelve a nacer
como un nuevo ser.
Un día, estaba jugando con mi pipa de mazorca de maíz con la
que hacía burbujas mientras ayudaba a mi padre en el jardín. Me gustaba
ayudarle porque él comprendía a los insectos y a las flores, y sabía de dónde
venía el viento.
Descubrí una especie de protuberancia pegada a una rama,
papá me explicó que la Oruga se había hecho crisálida, y me propuso que la lleváramos
a casa y la fijásemos en la cortina de la cocina.
Algún día, de ese
bulto iba a surgir una mariposa.
Ya había visto cosas mágicas en el jardín de papá, pero esto
superaba incluso mi imaginación. De todos modos, con mucho cuidado, la fijamos con dos alfileres en la cortina y todas las mañanas bajaba
corriendo las escaleras con mi muñeca y mi pipa para mostrarles la mariposa.
¡Pero la mariposa no aparecía!
Papá me decía que
tenía que tener paciencia. Las crisálidas parecen muertas, pero dentro de ellas
se van produciendo cambios extraordinarios.
La vida de una oruga es muy distinta de la vida de una
mariposa y necesitan cuerpos diferentes.
Una oruga sólo mastica hojas; la
mariposa bebe néctar.
La oruga es asexuada, casi ciega y tiene que arrastrarse por
la tierra; la mariposa pone huevos, y puede ver y volar.
La mayoría de los
órganos de la oruga se disuelven y el líquido que queda ayuda a que crezcan las
alas, los ojos, el cerebro y los diminutos músculos de la mariposa que se va
desarrollando.
Pero todo el proceso es muy difícil, tan difícil que la
criatura no puede hacer nada más en esa etapa. Tiene que quedarse dentro de su
capullo protector.
Yo seguía esperando
que esa oruga perezosa y glotona se transformara en una delicada mariposa, pero
para mis adentros había llegado a la conclusión de que papá se había
equivocado.
Sin embargo, una mañana, cuando estábamos comiendo nuestro
cereal mi muñeca y yo, me di cuenta que no estaba sola en la cocina. Y ahí
estaba, con las alas abriéndose todavía, brillando apenas con la luz
transparente; era un ángel capaz de volar. Su capullo estaba vacío. Ese hecho
misterioso que se produjo en la cocina fue mi primer contacto con la muerte y
el renacer.
Años más tarde descubrí que la mariposa es un símbolo del
alma del ser humano.
También descubrí que, apenas sale del capullo, la mariposa
deja caer una gota de excremento que se ha ido acumulando. Generalmente es una gota
roja y, a veces, la mariposa la deja caer en su vuelo. Es así que un conjunto
de mariposas pude producir una verdadera lluvia de sangre, fenómeno que
despertaba terror y recelo en las antiguas culturas y que en algunos casos daba
lugar a verdaderas masacres.
Simbólicamente, para liberar a nuestra mariposa también
tenemos que sacrificar una gota de sangre, dejar el pasado atrás y mirar hacia
el futuro.
La delicada transformación que se produce en la crisálida es
una transformación crepuscular entre el pasado y el futuro. Una parte de
nosotros sigue mirando hacia atrás, añorando la magia de lo perdido; otra se
alegra de despedirse de nuestro pasado caótico; otra observa hacia delante con
todo el valor que logra reunir; otra se entusiasma ante las posibilidades de
cambio; otra se queda inmóvil, sin atreverse a mirar en ninguna dirección.
Quienes aceptan conscientemente a la crisálida, ya sea en el
psicoanálisis o en su vida diaria, aceptan la paradoja de la vida y la muerte,
una paradoja que adopta distintas formas en cada nueva espiral de crecimiento.